miércoles, 26 de enero de 2011

Parece que acumulé el dolor como un tesoro.

Hace poco pensaba que durante los últimos años he vivido en un estado de fatiga permanente. Estoy cansada de estar cansada y de intentarlo una y otra vez. Ya no me quedan fuerzas, estoy exhausta. Querría pasarme un año entero durmiendo.
Y allí sentada en la mesa de siempre, en la misma silla, con el mismo bolígrafo y rodeada de la misma gente, me paro a observar, a detenerme en cada uno de ellos.
Algunos subrayan cosas que creen importantes, otros sin embargo, están con la mirada perdida, presentes de cuerpo, pero ausentes de mente, evadiendose de la rutina y pensando en quién sabe qué.
Y hay miradas que se cruzan, y risitas, y otra persona alza la mano y fórmula alguna duda.

¿Y yo? ¿Qué hago aquí? ¿De verdad esto es lo correcto?
Me gustaría saltar, gritar, bailar, correr, beber, fumar.
Pero no puedo. No está permitido. Tienes que seguir unas pautas. Pero de todas maneras, yo tampoco tengo fuerzas para afrontarme al exterior.
Me noto cansada, ahogada, desolada.
No tengo nada claro, no tengo rumbo.
No tengo un futuro.

Es verdad, mi vida no puede estar en sus manos. Já. Que fácil es decirlo.

Y ahora otra vez a casa, a comer, al ordenador, a estudiar, a cenar, y a la cama.
Ya está, otro día más tachado en el calendario. Otro día igual.
Estoy rodeada de un amargo silencio y de una inmensa indiferencia.
Pido a gritos un ángel, una mano amiga que me levante, que me arrope, que me acune, que me consuele, que me enseñe que puedo ser feliz. Pero no.
Tampoco tengo fuerzas para eso.
¿De verdad tengo que pagar yo por los errores de los demás?
Cada vez tengo más claro que nada tiene sentido, y que no pinto nada aquí.

Es cierto, el pasado no debe afectarte, no puede dañarte, puesto que de los errores se aprende, y en fin, el pasado, pasado es ¿no?
¿Pero que pasa cuando ese pasado se vuelve tu presente?
A eso ya no se responder.

Sí, quiero desaparecer, no quiero ser, puesto que hace tiempo que me dí cuenta, que nunca fui nada.