jueves, 22 de agosto de 2013

Allí donde se cruzan los caminos, detuve mis pasos.

Tus manos recorren todo mi cuerpo, tú encima mía: sonrío. Y nos besamos, por cuánto tiempo, no lo sé. Las cosas se hacen bien o no se hacen cariño. Y acercas tu boca a mi oído, la acercas mucho, y me susurras, "fóllame". Ay. Te gusta el juego violento, y yo estoy demasiado caliente como para decirte que no. Demasiado caliente como para poder siquiera responderte algo coherente. Te follo. O, claro, mejor dicho: follamos. Una y otra vez, y luego otra vez. Se nos hace tarde, pero no tenemos prisa, no voy a dejar que vayas a ninguna parte, y lo sabes. Empezamos a entender que después de eso, de lo nuestro, no tenemos demasiado. "Enciendete un cigarro" me dices, tumbado a mi lado. Estás precioso joder. "Y si vivimos aquí para siempre, qué me dices", te pregunto. Y me miras, te brillan los ojos. "Ojalá", respondes. Y te entiendo perfectamente. Ojalá, pero no, porque va a amanecer en cualquier momento y la vida va a seguir como siempre. Vamos a tener que irnos más temprano que tarde. Más ahora que nunca. Mañana nos va a tocar sobrevivir, como de costumbre. Notas que estoy indignada, y me coges de la mano, me sonríes. "No te preocupes que las cosas saldrán bien, Raquel". Ya, bien, pero hasta cuándo. "Ojalá", te devuelvo la jugada. Y cierras los ojos, terminas quedandote dormido, aún te tengo cogido de la mano, y empiezo a pensar que, al menos, nos tenemos. Y me pongo a recordar cuando no tenía nada y me pasaba las noches contando las horas de sueño que me quitaba ese insomnio tan estrechamente relacionado con la soledad y con ese no saber muy bien qué hacer como mi vida. Las cosas han mejorado bastante, concluyo, bastante. Y si busco los motivos de ello, siempre me acuerdo del color de tus ojos. Y creo que no puedo esperar mucho más de la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario