miércoles, 25 de mayo de 2011

Recapacita, no vayamos a perder la cabeza.

¿Qué os parece si nos paramos y nos plantearnos un poco la situación?
Mi madre me enseño desde pequeña, que antes de hacer algo, debo de contar hasta diez, y si entonces no me parece una locura, que lo haga. En mi caso, tengo que contar hasta veinte.
También me enseño a que no me debo fiar de los desconocidos, que si no comes te comen, que más vale pájaro en mano, que ciento volando, y a que le sonría a la gente que me sonríe, a los que no lo hagan, pues, que les sonría también.
Lo siento mamá, no te estoy haciendo caso.
Tengo una amiga, que no se para a pensar las cosas ni un solo segundo. Otra que se las piensa demasiado, la siguiente simplemente se deja llevar, y la que me queda piensa, pero primero actúa.
¿Y yo, que hago mamá? No te equivoques, no son malas niñas, están locas, sí, pero eso es lo que me enamoró de ellas, seguro que a ti también te gustará.
Ellas les sonríen a todos, incluso a los que tendrían ganas de tirar por la ventana.
¿Qué porqué? Porque saben que valen más que cualquiera. Y resulta que todo se pega mamá, que me están haciendo enloquecer, me están llevando por el camino del desenfreno, del corazón a mil por hora, de las salidas nocturnas, de los bares de copas, de los besos robados, de colillas gastadas, de las miradas borrachas.
Ahora, mamá, sueltalo, suelta esa pregunta que me estás deseando hacer.
-¿Eso es lo que quieres?
Solo puedo responder a eso de una manera.

Por fin, he encontrado mi sitio.

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