lunes, 25 de julio de 2011

La chica de ayer, pero en hoy.

Anduve por las calles sin ver ni oír nada, caminando a ciegas por un planeta desconocido, totalmente zombie. Un coche estuvo a punto de atropellarme. En ese momento adquirí conciencia de mi insignificancia: tan pronto existes como dejas de existir. Y mi mire alrededor sin comprender nada: ¿A donde iban esas riadas de coches que circulaban en un sentido y en otro de la calle obedeciendo ciegamente las ordenes de los semáforos? ¿A donde se dirigían esas oleadas de gente que circulaban aquel mar de cemento en cuanto los coches paraban? ¡Qué sin sentido!
Estuve tentada de sentarme en cualquier banco a pensar algo que se me escapaba y que ni siquiera sabía qué era.

Como si necesitara imaginar mi vida:no la que había vivido, sino la que me quedaba por vivir, y además imaginar la vida de todas esas oleadas de gente que, lo mismo que yo, obedecían a impulsos ciegos. Me sentía agotada por un esfuerzo que aun no había empezado a hacer. Y de pronto, en medio de aquel mare magnum, vi a una niña de tres o cuatro años que iba tranquilamente de la mano del que supuse que era su abuelo, comiendo una piruleta mayor que su cara, pringada hasta el pelo y rebosando felicidad. A lo mejor a todos los demás nos faltaban aquella piruleta.

La piruleta era el talismán para saber a donde íbamos y para que estamos ahí, en medio de ninguna parte.

Con la piruleta en la mano dejaríamos de ser olas que cruzaban aquel mar de cemento apresuradamente sin saber muy bien a donde nos dirigíamos. Los conductores dejarían de tocar irritantemente las bocinas sin ton ni son. Y los coches preguntarían educadamente por qué los hacían correr a esas velocidades siempre a la misma hora. Pensar en el talismán me dio animo para acercarme a esa verdad que estaba apunto de descubrir.

Y de pronto, volvieron a desaparecer los coches y la gente. Ahora caminaba de nuevo por un planeta solitario en el que yo era su única habitante, pero esta vez sin angustia, sin miedo a lo desconocido.

Las luces y el jaleo de la calle me arrojaron de nuevo a la realidad de los sentidos.

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